Shasei caminaba por la estancia. De fondo se oían las campanas que llamaban a los monjes a maitines. Todos los habitantes del monasterio de al lado de la catedral estaban despiertos, pero ocupados en sus tareas.
La joven se paseaba entre las altas estanterías repletas hasta arriba de libros manuscritos que olían a tinta y a cuero.
Le gustaba ese lugar, casi tanto como un bosque. Solía ir allí a esas horas, cuando sabía que nadie la molestaría, y leer algún que otro escrito, sobre todo de filosofía y medicina. Los humanos tenían una forma extraña de entender el mundo que les rodeaba.
Estaba sentada en la fría piedra, con la espalda apoyada en el suelo y un libro de Aristóteles en su regazo cuando escuchó unos pasos que se acercaban. Era demasiado pronto para que fuera un monje, además a estos se les oía cantar desde la catedral. Shasei siguió con su lectura, esperando a que aquella persona que se aproximaba se diera cuenta de que se encontraba allí.
La joven se paseaba entre las altas estanterías repletas hasta arriba de libros manuscritos que olían a tinta y a cuero.
Le gustaba ese lugar, casi tanto como un bosque. Solía ir allí a esas horas, cuando sabía que nadie la molestaría, y leer algún que otro escrito, sobre todo de filosofía y medicina. Los humanos tenían una forma extraña de entender el mundo que les rodeaba.
Estaba sentada en la fría piedra, con la espalda apoyada en el suelo y un libro de Aristóteles en su regazo cuando escuchó unos pasos que se acercaban. Era demasiado pronto para que fuera un monje, además a estos se les oía cantar desde la catedral. Shasei siguió con su lectura, esperando a que aquella persona que se aproximaba se diera cuenta de que se encontraba allí.